El término "corrupción",
cuyo principal significado se relacionó con lo orgánico, o con la depravación
de las costumbres, se ha encumbrado para describir el cohecho y otros delitos,
sobre todo en el ámbito de lo político y administrativo. En los últimos
tiempos, esa corrupción que afecta a nuestros próceres parece haberse
generalizado, generando alarma social y
facilitando el resurgir de distintos radicalismos. ¿Puede existir la corrupción , si es que tiene
un carácter generalizado, sólo en el ámbito de lo político y sin relación con
el resto del todo social? No lo
creo. Nuestros políticos, en todo caso,
sí nos representan, y no sólo desde el punto de vista jurídico-político a
través del concepto de soberanía nacional, sino también porque emergen de nosotros
mismos; en efecto, no son seres o entidades fabricados en otra dimensión, sino el reflejo de lo que somos. Es por ello que, si la corrupción parece
generalizada en ese ámbito, tiene por fuerza que ser la consecuencia de una
sociedad anegada por pequeñas corrupciones, que van creciendo, por volumen y cantidad más
que por valoración ética, a medida que ascendemos en la escala social y/o
administrativa. Sé que es cómodo
escudarse en el psicologismo o en la amoralidad de un grupo de representantes
políticos, pero no basta con creer que cortando esas cabezas se solucionará el
problema, pues surgirán otras y otras, pues la corrupción es sólo el reflejo y
no la realidad misma.
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