Cumplir años sirve para ir adquiriendo, si uno se fija, una cierta perspectiva. Soy de aquellos que, en sus enciclopedias y libros de texto, tuvo a la Dama de Elche como imagen que mostraba la España eterna e invariable, junto con las glorias del Imperio. Después, a partir de la adolescencia y de la primera juventud, y ya en la Universidad, la ley del péndulo hizo cambiar el imaginario y las consejas de los libros y manuales. Hoy, la Dama es un imagen más entre otras; Numancia y Sagunto ya no son la muestra del intemporal carácter hispánico. Recuerdo que, estudiando las oposiciones para Catedrático o Profesor Agregado de Bachillerato, no recuerdo bien en qué temario o si acaso en los dos, aparecía un tema sobre las dos visiones de la Historia de España encarnadas por Sánchez Albornoz y Américo Castro. Uno de los debates intelectuales más relevantes de la posguerra española fue el que enfrentó a esas dos conocidas figuras del exilio. Castro, basándose fundamentalmente en fuentes literarias, llegaba a la conclusión de que era la singularidad de la Edad Media española, y en concreto las vivencias de los cristianos como casta frente a otras castas (moros y judíos), lo que había configurado el carácter diferenciador de lo español, su esencia. Estas tesis se vieron reforzadas con la publicación, en 1954, de La realidad histórica de España, revisión y ampliación de la anterior, que incorporaba nuevos capítulos, entre ellos, el polémico Los visigodos no eran españoles. Frente a ello, Sánchez Albornoz defendía que la esencia de España y de lo español estaba ya latente en los pueblos prerromanos que se asentaron en la Península, y que fueron los romanos y los visigodos quienes la configuraron al construir la unificación política y cultural de Hispania. Respecto a la Edad Media, no consideraba decisiva la aportación del judaísmo ni de la islamización: España es ante todo cristiana y occidental, es más, España se contempla desde Castilla. Estas polémicas están hoy desaparecidas u ocultas en algún rincón que desconocemos. Tal vez la preponderancia y poder del nacionalismo periférico y su incidencia en la historiografía, las hayan forzado a desaparecer. Sea como sea, el problema de España está ahí, latente.
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