El “Juramento de los Horacios” es un cuadro de Jacques-Louis David, artista de cámara de
la Revolución Francesa y del período napoleónico; pintado en 1784, un lustro
antes de la toma de la Bastilla; se le suele caracterizar como exaltación de los
valores cívicos y republicanos, pero conviene conocer el busilis de su
iconografía. Los Horacios, hermanos romanos de leyenda, se enfrentaron con otros
trillizos llamados los Curiacios, en combate único para solventar la
beligerancia entre Roma y la ciudad de Alba Longa. Se decidió que cada
ciudad elegiría a tres soldados para que pelearan hasta la muerte y
resolvieran así el enfrentamiento, a
pesar del cual ambas familias estaban unidas por lazos matrimoniales. Los seis
guerreros combatieron a muerte y solo un Horacio salió con vida; aprovechando
las heridas causadas por sus hermanos caídos a los Curiacios, los mató uno a
uno dando la victoria a Roma. Al regresar al hogar, Camila, hermana de
los Horacios y esposa de uno de los Curiacios, reconoció el manto de su marido
sobre los hombros de su hermano y lamentó su muerte, lo que provocó la ira del
Horacio sobreviviente, que acabó con la vida de su hermana al grito
de “¡Mueran todas las mujeres que lloran al enemigo!”. Situaba así a la
patria, o al Estado, por encima de la familia.
Así pues, el cuadro de David alberga un significado poco edificante, al
menos para los partidarios de la libertad, de la democracia y del
individuo. Es seguro que esta supuesta
excitación de los valores cívicos fuera asimismo un símbolo reconocido en la
Alemania de los años treinta o en cualquier régimen comunista pasado o
presente. No es, por ello, extraño que
David se convirtiera en pintor al servicio de la Revolución y del propio
Napoleón. Los intelectuales orgánicos
defendieron siempre posturas poco edificantes a mayor gloria del Estado o del
Partido. Y sigue habiéndolos.
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