Regresa el otoño, en ese eterno retorno de los hechos y los
días, muestra del tiempo cíclico abandonado por nuestra civilización
occidental, cuyo devenir lineal, desde antes de Joaquín de Fiore, es la base de todos los milenarismos pasados
y presentes. Pienso, en este tenor entre
reflexivo y melancólico, que el concepto cíclico del Tiempo se aviene más con
la tolerancia que el otro; al menos, destierra en gran parte el universo de las
utopías, esos sueños que, de cumplirse, se tornan pesadilla. Y es que esa concepción cíclica se me antoja
más escéptica y sirve de traba para esa obsesión, henchida en el presente, por la nueva sociedad o el hombre nuevo, tan
cara a nuestro orbe occidental en términos de opresión y barbarie. Pero tal vez los neoinquisidores, y los
liberticidas en general, no piensen en estas cosas. Les basta acaso su ansia impertérrita por
subyugar a sus congéneres y por cerrar todo espacio abierto para que quede bajo
el control de sus delirios de ingeniería social.
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