Parece claro que, en un examen profundo de la cuestión, el
libre albedrío no existe. Esa vieja
cuestión escolástica, que condujo a argumentos como el de asno de Buridan para
negar el azar, está siempre presente. Pero, más allá de todo ello, y dejando de
lado asuntos como la caída y la predestinación, tan caras a Lutero y otros, es
evidente que la libertad humana es siempre una discusión esencial, sea cual sea
el momento histórico. Aunque el libre
albedrío no exista como entidad absoluta, debemos obrar como si existiese y
fuese el leitmotiv de nuestras vidas y de nuestras sociedades. Sin libertad, somos poca cosa. Por eso, quienes no creen en el libre
albedrío son poco adeptos de la libertad e intentan sumergirnos en el colectivo
de la raza, de la nación o del género para así convertirnos en la nada que
forma parte de un todo que, aunque tal vez inexistente, sirve de dispositivo y
retórica para sus conjuras liberticidas.
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