Durante las últimas semanas se ha venido acuñando el término
"turismofobia". Designa, al parecer, una suerte de reacción local
frente a los efectos imaginariamente negativos de la masiva llegada de
visitantes para los entornos urbanos, costeros o paisajísticos. Es un
sentimiento que deriva en acciones más o menos violentas, con una mezcla de
izquierdismo emocional y de religión medioambiental. Pero, rememorando
aquello de por qué lo llaman amor si todos sabemos que es sexo,
podríamos decir: ¿por que lo llaman turismofobia si todos sabemos que es xenofobia? En
esta última reside siempre un rechazo a lo otro, a lo distinto, a la potencial
novedad respecto a usos y costumbres. En una palabra, rancia ideología,
por mucho que la aderezemos con unas gotas de falso progresismo.
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