Tradicionalmente, se razonaba que el pensamiento abstracto,
junto con el mundo abierto y el lenguaje articulado, definían al ser humano en
oposición al resto del reino animal. Por distintos motivos, sobre todo de
índole ideológica, esa diferenciación ya no se hace, o ha subsistido en segundo
plano. Tal vez lo que nos identifique,
no obstante, sea lo que podríamos
denominar "discurso" o relato acerca de nosotros mismos. Un relato que intenta ser coherente; lo aceptamos como
propio y lo vendemos a los otros. Ahí
radica a mi juicio la diferencia. Y
además del discurso individual, fruto de la continuidad y de la memoria, está
el discurso colectivo, más caótico y desmemoriado. La ideología no es otra cosa que la
adecuación del uno al otro, una vez pasados ambos por el tamiz de las
emociones. No importa para nada la
racionalidad de esos discursos, y a las pruebas de cada día me remito, sino su
coherencia con lo que percibimos y sentimos.
Como la percepción forma parte del entendimiento, éste queda a menudo en
entredicho. No busquemos la lógica en
nuestras acciones individuales o comunitarias, pues no la encontraremos.
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