La Filosofía griega fundó el pensamiento racional a través
de lo que se designa como paso del mito al logos. Del griego mythos (“cuento”), un mito se define como un relato de hechos asombrosos cuyos
actores son personajes
sobrenaturales (dioses, monstruos) o extraordinarios (héroes). Asume la función de otorgar un apoyo narrativo a los credos de
una sociedad o grupo. En su origen, el mito es un relato oral y, una vez que emerge la
escritura, se revisa en clave literaria. En cuanto al término logos, puede transcribirse como
pensamiento, razón, habla, discurso, concepto, palabra, conocimiento; pero la locución
castellana más fiel es tal vez el término razón. Pero cabe
preguntarse si el mito desapareció, alguna vez, del todo. Y no me refiero sólo al universo de las
religiones, donde siempre estuvo activo, sino a la propia sociedad secular que,
en el presente, y desde no hace tanto, habitamos. En lo político, en lo ideológico, el mito continúa
gozando de buena salud; gran parte de
nuestras ideas, sea cual sea su idiosincrasia, parten de mitos bien fundados
dirigidos a lo emocional. Incluso la
Historiografía actual, que se pretende científica, parece preocuparse más de argumentar
el presente, y tal vez el futuro, que de explicar el pasado, y los
historiadores se asemejan más a propagandistas que parten de mitos no
explicados que a estudiosos empíricos e inductivos de las fuentes. De este modo, los mitos bullen bajo la
apariencia de explicaciones racionales.
No busquemos, por ello, a la pseudociencia sólo entre las pseudociencias. Incluso en lo
que se enjuicia como Ciencia con mayúscula,
el mito cabalga de nuevo.
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