¿Nos importa a los humanos de hoy la realidad? ¿Perseguimos
conocerla, si ello es posible, o escogemos la ignorancia si ella nos conviene? Presumiendo que el mundo objetivo existe como entidad autónoma
de nuestra percepción, que es explicación más sencilla que la de solipsismos
varios de diversa naturaleza, parece lógico pensar que todos deseamos
aprehenderla, y conocerla; ahí está,
como ejemplo, la historia del conocimiento y de la propia actividad científica. Sin embargo, no da la sensación de que nos
basemos en datos fríos y objetivos cuando elaboramos nuestra visión del mundo,
ese conjunto de ideas y lugares comunes que definen nuestros pensamientos y
creencias; las emociones juegan un papel decisivo, pues no existe un
pensamiento cerebral, colmado de
raciocinio, emancipado de lo que sentimos.
Por eso descartamos de la realidad lo que no conviene a nuestras ideas
previas, y es posible que sólo deseemos
conocer esa versión del orbe que se ajusta a las doctrinas preconcebidas. Y, claro, eso explica en parte el sectarismo
que todo lo invade, pues facilita la labor de zapa de quienes nos quieren
dogmáticos por intereses espurios. Por eso el pluralismo acabará decayendo,
porque a casi nadie interesa. Y en ello
estamos.
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