Escribió Polibio, historiador griego, y romano de
adopción, que "la humanidad no posee
regla mejor de conducta que el conocimiento del pasado". En efecto, asimilar el pasado es una precaución
para pensar el presente y para madurar el futuro. El conocimiento de lo pretérito significa indagar
explicaciones de lo acaecido en cada época, sin anacronismos y con rigor
desapasionado. Pero mucho me temo que,
en este presente que nos ha tocado en suerte, el estudio del pasado se esté convirtiendo más bien en una manipulación vehemente, ideológica y sectaria del
mismo para justificar el presente, más que para comprenderlo, y para imponer el
futuro. Interesa poco saber por qué ocurrió lo que
ocurrió en cada momento, o buscar analogías que nos ayuden a ponernos de
acuerdo sobre la cuestión de dónde está el Mal,
para evitarlo; se pone el énfasis sobre la tergiversación simplificadora para
mostrar donde se halla el Bien. Y así como el Mal es identificable y puede estar sujeto a consenso (pensemos en los campos de
exterminio), el Bien es más subjetivo
e ideológico. Ese es el peligro
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