Hoy, dada la fecha, se me ha ocurrido escribir sobre la
investidura de Trump, pero no sé qué decir, pues me siento contaminado
intelectualmente por todo lo leído, y escuchado, acerca del nuevo presidente
norteamericano. En Europa tenemos un
visión de ese país muy influida por la fascinación, tanto en lo negativo como
en lo positivo. Siempre me he encontrado
con ciudadanos o ciudadanas de esta parte del Atlántico que consideraban a USA
como un modelo de funcionamiento, como una arcadia política y económica llevada
a la realidad; y otros, en su izquierdismo o progresía, veían a la gran
metrópoli de Occidente como la fuente de todos los males, imputándole, muchas
veces, en una suerte de paranoia conspirativa, la perfección en sus designios
para sojuzgar al orbe. Pero,
fascinaciones de distinto signo aparte,
la coronación de Trump parece mostrarnos que la democracia americana
también es humana, que un discurso entre
demagógico, antisistema y de gran simpleza puede llevarse el gato al agua desde
el punto de vista del sufragio. De
hecho, los discursos simples suelen tener éxito. Por eso el mundo es como es. Esperemos que, una vez en el poder, el
discurso se matice un poco y se vaya haciendo algo más complejo. O las cosas se
podrán complicadas.
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