Ya han pasado casi
veinte días desde la fecha ajustada para el fin del mundo, para la parusía maya
divulgada a bombo y platillo por los medios y la Red, e incluso creída a pies
juntillas por algunos que se disponían, táctica y estratégicamente, para el día
siguiente al cataclismo. Al fin y al
cabo, el milenarismo ha estado presente, desde hace mucho, como elemento
constititutivo de esta civilización occidental, judeocristiana o fáustica que
ha devenido en civilización universal.
Desde la edad media, con el Apocalipsis
de San Juan como referencia, se ha ido forjando
esa visión lineal del tiempo que nos
caracteriza, y que ya sistematizó Joaquín de Fiore, monje medieval italiano que
propuso la sucesión de las eras del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta noción lineal asimismo está presente en
la idea de Progreso que toma cuerpo desde la Ilustración pero, sin duda, nutre
de alguna manera a todos los milenarismos actuales expresados en forma de utopía,
conspiracionismo o ecologismo radical.
De momento, nos hemos salvado del último apocalipsis. ¿Cuál será el siguiente?
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