Los argumentos ad hoc
se están imponiendo. Siempre fueron notables
pero, recientemente, prevalecen. Vea o
escuche usted cualquier tertulia, debate o perorata, lea en los distintos
formatos impresos, y se los encontrará sin cesar. Todos tenemos una opinión y nos gusta
manifestarla como si fuera la consecuencia del puro razonamiento frío y
distante. Pero no. Las emociones, los sentimientos, nos juegan,
en esto, como en casi todo, malas pasadas.
En realidad, somos invadidos por filias y fobias, nos posicionamos,
tomamos partido de manera más emotiva que racional y, después, indagamos los
argumentos. En uno de sus escritos,
Proudhon, uno de los padres del pensamiento anarquista, exponía sus razones y
argumentos en contra de la propiedad (burguesa) y concluía lo siguiente: “la
propiedad ha muerto, yo la he matado”.
Semejante, y explícita, puerilidad, parece hoy superada. Sin embargo, en el fondo, continuamos igual,
con nuestros argumentos ad hoc, con nuestras filias y nuestras fobias, con nuestras opiniones, más
o menos fundadas, acerca de casi todo. Y
siguen preponderando las emociones. El
viejo cerebro reptiloide, nunca desaparecido, nos determina. Sólo que, en este presente que nos ha tocado,
nos falta sintaxis y madurez narrativa para disimularlo.
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