Un ferviente parroquiano de la
“revolución”, Jacques Louis David (que después lo fue también de Napoleón),
pintó “El juramento de los Horacios”, que acabó siendo, con el
tiempo, epítome gráfico, y
propagandístico, de la Francia de la Convención. Lamentablemente, la historia que se cuenta de
esos hermanos está lejos de ofrecernos algo recomendable, pues, dispuestos a
matar a sus propios familiares, poniendo a la patria por delante de cualquier
otro vínculo, nos transmiten un mensaje
típicamente colectivista; como ya escribimos aquí, el colectivismo no habita
sólo los universos del comunismo o de la utopía anarquista; reside en cualquier
concepción que ponga al grupo (nación, raza, clase, género…) por encima del
individuo. Por supuesto que somos seres
sociales, y necesitamos de los otros, con los que cooperamos, pero siempre que
el individuo es absorbido por el todo social, el progreso y las libertades
desaparecen. Solo hay que mirar un poco
en el pasado y observar la diferencia entre las sociedades clericales-militares
y las de comerciantes. Estas últimas
devienen siempre en más favorables para el bienestar humano, pero tienen
enemigos viejos y ancestrales que, si bien mudan de ropajes en cada momento
histórico, acaban siendo los mismos y produciendo idénticos efectos. Escohotado lo describe muy bien en “Los
enemigos del comercio”, obra en tres volúmenes muy recomendable para la
mejora de capacidades intelectuales. La
pregunta es: ¿Quiénes nutren el actual clero laico y quiénes son sus guerreros?
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