La "ingeniería social" no es una pretensión nueva. Ha existido, como conato o como realidad más
o menos conseguida, tal vez desde nuestros orígenes. Las primeras utopías, ya en la Edad Moderna,
como la de Tomás Moro, verbigracia, tienen algo de canto a esa ingeniería por
extensión de deseo. En el siglo XVIII,
la Ilustración la convierte en objetivo razonable a través de las nociones de
Progreso y Educación; no fueron otra cosa las tentativas de reformas varias,
incluidas las llevadas a cabo desde el Absolutismo, que un deseo de cambiar la realidad a través
de las transformaciones sociales, en
relación con una mutación de hábitos y costumbres. Quizás de ahí emergió la idea del
"hombre nuevo" que está en la base de todos los totalitarismos que,
al fin y al cabo, nacen de la insatisfacción con la realidad perceptible, a la que se busca suplantar con otra distinta
y más al gusto de quien la concibe. Así
pues, de una fantasía, o más bien de un delirio, individual o colectivo, nace el
sufrimiento provocado por esos sueños, las Utopías, que, convertidos en
realidad, se tornan pesadillas, como bien supieron los sujetos pacientes de los
comunismos varios o del nazismo.
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