Idear el pasado para
controlar el presente y el futuro. Es el
método añejo de los opresores. Las
grandes religiones, los grandes imperios, los totalitarismos del siglo XX y los
nacionalismos de hoy han esgrimido, y esgrimen, esa vía. Se encomiendan a la estolidez o pereza mental
de la masa y, poco a poco, van fraguando
esa perfomance de la Historia inventada.
Por tanto, el pasado sí importa.
No es baladí el montaje historiográfico.
En el pasado, reconstruido en forma de revelación, de glorias nacionales
o de urdimbres fenomenológicas que justifican el presente o lo que se formula
para el futuro, anida el nihil obstat para los novicios de tirano.
Lo que para el
cristianismo de Nicea, y para la Iglesia Católica, supusieron los evangelios
canónicos, lo supone hoy la Historia reinventada por los nacionalistas, como lo
supuso la que se rehizo a mayor gloria de Hitler, de Stalin o del alzamiento
nacional, en el caso de España.
Por eso los
nacionalistas sin Estado le dan tanta importancia a la Historia de su suelo. Y se empeñan tanto que acaban por imponer esa
visión mítica o fantaseada. Los demás,
vamos desistiendo de rebatirles, como si pensáramos que, al fin y al cabo, el
asunto no tiene importancia. Pero la
tiene. De ahí ese afán recurrente en inventar la Historia, o en mudarla de
acuerdo con los intereses presentes. Y es que, sin duda, el procedimiento
sigue funcionando.
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