Señalan
que la verdad no tiene fronteras. Pero
las tiene. No sé si existe la verdad
absoluta e incuestionable, salvo en el universo de las matemáticas o en algunos
axiomas de las distintas ciencias. El
resto son verdades de andar por casa, exiguas corroboraciones o evidencias
concretas cuya interpretación depende mucho de la subjetividad del
observador. Basta con repasar distintos
periódicos, o escuchar y ver variados medios audiovisules, o tal vez navegar
por Internet y poner la oreja en la calle y en los bares, en las tertulias del
trabajo o del ocio. El mismo hecho es estimado
de manera muy distinta según los valores, emociones o ideografía del
opinador. Y eso sí que es una verdad irrebatible. Digo ideografía, porque nuestras ideas se
conforman, seguramente, en relación con los sentimientos. No actúa, unas veces, el neocortex mientras
descansa el viejo cerebro reptiloide ( ah¡, la vieja teoría de los estratos…),
ni descansa éste mientras aquel impone sus razones. Implicamos todo y nuestro cerebro va en
lote. O sea, que ni los recuerdos son de
fiar, sobre todo cuando transcurre el tiempo.
Por eso es difícil tratar sobre la verdad o sobre las distintas verdades. Entre los fenómenos y nosotros mismos está la
percepción, condicionada por nuestras pasiones
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